domingo, 16 de diciembre de 2012

Ayití y los Anarquistas




Breve artículo sobre la importancia de la crisis haitiana para el resto de América Latina: por una parte, por la enorme tradición libertaria y de lucha de un pueblo que, con hondas raíces en los esclavos cimarrones, derrotó el colonialismo esclavista; a la vez, por el hecho de que Haití sea como un auténtico espejo "deformado", donde se exageran todos los elementos que componen la estructura socio-política de América Latina; y por otra, su rol como barómetro del imperialismo en nuestro continente. 

Haití refleja una nueva modalidad de acción del imperialismo en la cual los Estados títeres sudamericanos son utilizados como ejércitos mercenarios para cumplir los designios de Washington, dando una apariencia multipolar a una intervención unipolar. Pero a la vez, este rol activo, dinámico, dentro de la "estabilización" regional es sintomático de la emergencia de nuevos actores que muestran una pérdida en la hegemonía yanqui y que tienen, también, sus propios intereses de por medio.
Cartel de OCL, 30 de Septiembre del 2005
Cartel de OCL, 30 de Septiembre del 2005

AYITí Y LOS ANARQUISTAS


En la mitad occidental de una pequeña isla caribeña, hay un país llamado Haití. Este país está poblado por más de 8 millones de personas que sobreviven en las condiciones más espantosas de pobreza, explotación y opresión que se puedan encontrar en todo el hemisferio. Ayití más que un sencillo país, pareciera ser mas bien un símbolo de resistencia: es la primera república negra del mundo, además de ser la primera república latinoamericana, fruto de la única rebelión exitosa de esclavos en la historia, y consecuentemente, fue el primer país en abolir la esclavitud de manera efectiva. Esa herencia rebelde se hace sentir hoy en el movimiento popular de base, tanto en el campo como en las ciudades. Pero no es sólo eso, sino también un símbolo de la opresión: es el país que ha sufrido más cantidad de intervenciones imperialistas en América Latina, su estructura social y económica es un ejemplo extremo de la deformación que padecen nuestros países a causa de las relaciones de dependencia y del imperialismo y en su historia abundan las ocupaciones extranjeras así como también sangrientos dictadores.

Haití es un país donde, hasta donde sabemos, no ha habido jamás una presencia anarquista orgánica. Y sin embargo, Ayití presenta uno de los movimientos populares más “libertarios” de toda América Latina, con organizaciones de base donde la democracia directa se ha practicado desde siempre, y posee una serie de condiciones y características que hacen a su pueblo extremadamente sensible a un tipo de discurso libertario.

Esto no es un hecho nuevo, sino que arranca de su mismísima historia: desde los albores de la guerra de independencia (1791-1804), cuadrillas de esclavos cimarrones se enfrentaron en una abierta oposición al caporalismo agrario de los líderes revolucionarios. Estos ex-esclavos, estos campesinos, se percataban de la contradicción irreductible entre su añorada liberación y el régimen de trabajo forzado. Pero no sólo eso: ellos estaban dispuestos a conseguir la liberación a toda costa y se oponían enconadamente a un régimen de trabajo que se les escapara de su control directo. Esta oposición a las distintas formas de arrebatarles el control sobre sus propios asuntos, ha aparecido una y otra vez en la historia, en diversos momentos de crisis y agudización del conflicto social, como por ejemplo, durante la ocupación yanqui de 1915-1934. Cuestiones fundamentales de la revolución se plantearon con mucha mayor radicalidad en Ayití que en la misma Revolución Francesa.

El espejo haitiano


Pese a las condiciones absolutamente excepcionales del parto de Haití, la nación caribeña no supo escapar del mismo cruel destino de dependencia y dominación que hermana a todas las repúblicas al sur del río Bravo. Lo único que quizás le hace especial en el concierto latinoamericano, es que funciona como un auténtico espejo para el resto: todo lo malo que ocurre en América Latina, ocurre diez veces de peor manera en Haití. Allí se han exacerbado al máximo las estructuras de dependencia económica, siendo un país absolutamente deformado en su sistema económico, así como también las estructuras gorilas de dominacion política y la virtual institucionalización del intervencionismo imperialista. Es un lugar donde muchos de los fenómenos de explotación, opresión y de intervención no tienen siquiera la necesidad de aparecer de forma velada como en muchos de nuestros países: allí aparecen en toda su desnuda brutalidad. Por ello, estudiar la historia de la crisis haitiana es estudiar, de una u otra manera, la historia de toda América Latina.

El presente Golpe gorila desatado en febrero del 2004, con la consecuente ocupación militar y política de Ayití a cargo de una misión de la ONU es una prueba de ello. La invasión ha tenido un rol estratégico, en términos de plantear una nueva pauta para la dominación imperialista sobre la región. Hasta hace poco, el imperialismo se había limitado a usar sus burguesías nacionales aliadas y sus mercenarios, limitándose el rol de otros países (principlamente vecinos) a albergar o servir de base de apoyo para incursiones terroristas de los mercenarios –tal cosa ocurrió también durante la crisis de febrero del 2004, cuando la insurrección para desestabilizar a Aristide es lanzada desde República Dominicana, con un ejército mercenario financiado y entrenado por la CIA. Pero hoy por vez primera en la historia, los países latinoamericanos han tomado un rol activo dentro de la ocupación, enviando sus ejércitos, bajo la fachada de una intervención “humanitaria” -como en todas las intervenciones imperialistas, no se espere a que reconozcan abiertamente sus intenciones. Esto marca un punto de inflexión en la táctica de dominación yanqui para la región, cuya magnitud ha pasado desapercibida para la mayor parte de la izquierda latinoamericana.

El cambio táctico tiene una serie de ventajas para el Imperio: primero que nada, libera a los EEUU de presiones diplomáticas internacionales ante su creciente unilateralismo, al velar la acción tras una “fachada humanitaria”, convenientemente adornada con fuerzas multinacionales al mando de la ONU; así, la agresión imperialista no es vista como un acto unilateral, de parte de los EEUU (o como un acto de neocolonialismo francés, para su defecto) . La anterior idea es reforzada, no sólo por la presencia, sino que por el “liderazgo” –al menos en el papel- de tropas latinoamericanas en la MINUSTAH (fuerzas de ocupación de la ONU); así se evitan acusaciones de imperialismo y se trata de mostrar que es una operación conjunta con países de esta “hermandad” latinoamericana, incapaces ellos mismos de perpetrar acciones “imperialistas”. Segundo, esta nueva modalidad de dominación e intervención aparece en momentos en que los EEUU se encuentran empantanados en Medio Oriente, con una situacion que se les escapa más y más de las manos, no sólo en Irak, sino en toda aquella región. Los EEUU están perdiendo su guerra por la hegemonía en esas latitudes. Ocupados como están por esos lados, lógicamente su capacidad de presión sobre América Latina se ha relajado, con la consecuencia de que su capacidad de respuesta a transformaciones políticas y sociales “no deseadas” en nuestras tierras, es mucho menor que de costumbre. Por ello, han debido recurrir a la gentil ayuda prestada por las obedientes oligarquías sudacas, ansiosas de servir al amo en momentos en que éste las necesita para compensar sus fuerzas perdidas.
Las implicancias de este viraje táctico son evidentes: el riesgo más grave es que de aquí a futuro podemos temer que fuerzas militares latinoamericanas sean utilizadas en labores de “estabilización regional”, vale decir, en acciones favorables a los intereses yanquis, en aquellas zonas que hoy se presentan conflictivas para la hegemonía de los EEUU. Usar a Haití como un “laboratorio” para probar este viraje resulta “económico”: tiene un Estado muy débil, es un país reventado por el peso de su deuda externa, sofocado en sus problemas sociales, sin ejército, etc. (Aún así, “económico” como parezca, han sido incapaces de doblegar el espíritu en los barrios populares de Ayití.) Más allá de ciertos problemas específicos, la fórmula ha sido relativamente exitosa –se ha establecido la ocupación y ésta aparece, en los medios internacionales, como un “ejemplo” de acción multilateral desinteresada y humanitaria. Cabe preocuparse de que el día de mañana trate de aplicarse la misma fórmula a Bolivia, Venezuela, Colombia o cualquier otra piedra en el zapato que pueda surgir a los gringos. Aceptar, aunque más no sea por omisión, la ocupación de Ayití, sienta un pésimo referente, abre las puertas para que esta clase de intervencionismo se repita, eventualmente, a futuro en algún otro país de la región y legitima la acción mercenaria de los ejércitos latinoamericanos, dándole un halo de moralidad (“menos mal que no son los yanquis”).

Los anarquistas y Ayití


Al contrario de lo que podría esperarse por el rol protagónico que nuestros países han tenido en la intervención y por la evidente importancia regional que ésta reviste, el rol de los anarquistas latinoamericanos en campañas de solidaridad con el pueblo ayisien y de denuncia en contra de la ocupación, ha sido mas bien magro. Cabe destacar el esfuerzo realizado por los compañeros argentinos de OSL de editar un folleto y algunos artículos en su órgano de prensa (EN LA CALLE) denunciando la intervención en Haití, y el de algunos libertarios en Chile, como la OCL, con algunos murales alusivos al tema y haciéndose parte de la convocatoria de protesta solidaria internacional del 30 de septiembre del año pasado; igualmente, compañeros de esta organización, así como del FeL y del grupo anti-militarista Ni Casco Ni Uniforme, han levantado un pequeño comité de solidaridad con Ayití, que se ha limitado a una actividad de volanteo e información con ocasión de la jornada internacional de protesta, y que piensa desarrollar algunas actividades de divulgación a futuro. Nada de esto es menor, pues pese a que la actividad carezca de sistematicidad y consistencia en el tiempo, al menos ha representado un gesto que rompe el silencio monolítico de la izquierda criolla en nuestros países . Si bien estos esfuerzos deben ser destacados, hay que decir que aún son insuficientes y que podría hacerse mucho más y, aún, que tenemos la responsabilidad moral de hacer sentir más fuerte nuestra voz de oposición.

Se ha señalado que una de las razones por las cuales no se ha desarrollado más actividad solidaria es la escasa presencia del tema en los medios, con lo cual, el tema no se ha instalado suficientemente en la opinión pública. A lo que hay que sumar el hecho de que cada vez que aparece alguna noticia de Haití en los medios de comunicación es desde un prisma absolutamente parcial y hasta fantasioso, sobre el “gran bien” que los “nobles” militares chilenos están haciendo a ese “desafortunado” país –guardándose muy bien de informar sobre cuestiones referentes a derechos humanos o incluso de algunos de los antecedentes para la invasión que servirían para tener una visión cabal del proceso político de ese país. Debido a lo último, lo poco o nada que la opinión pública maneja del tema haitiano está basado en una visión sumamente parcial, desinformada, y que por lo mismo, suele ser bastante favorable a este gesto “humanitario” del gobierno chileno. Este hecho, en lugar de justificar mutismo o una actividad insuficiente sobre el tema, requiere, antes bien, duplicar, triplicar las acciones dirigidas a informar del panorama social en Haití. Esto significa que debemos ser capaces de instalar nosotros temas en la “opinión pública”, ser capaces de plantear problemas, o al menos, de ir desde ya apuntando a consolidar esta capacidad. Si el movimiento popular ha podido instalar cuestiones como el problema habitacional o de la educación en Chile, bien debemos tratar de instalar el problema de nuestra participación en la ocupación imperialista de Haití. Esto nos enfrenta a un gran problema del movimiento libertario, que es necesario resolver, pues, a fin de cuentas si nos hubiéramos sentado a esperar que el problema de la educación estuviera instalado en la nebulosa “opinión pública”, quizás no habría ocurrido la “Revolución Pingüina” de mediados de año. Y más aún, al paso que van los medios de comunicación, pronto no nos quedaría más tema al que hacer referencias que a los chismes de farándula.

Haití: barómetro del imperialismo en América Latina


Si hasta la fecha no se ha desarrollado una campaña de solidaridad más sistemática, creo que no se debe a una cuestión de si el tema está instalado o no, pues hemos apostado decididamente a instalar otra clase de problemas ignorados por los medios en el pasado. Más bien creo que se debe a una comprensión insuficiente de la importancia del tema. Prueba de ello es que, pese a que la OCL-Chile es una de las pocas organizaciones sudamericanas que se ha pronunciado sobre la ocupación de Ayití, en sus sesudos análisis de coyuntura (ver UNIDAD desde la lucha, número Mayo-Junio del 2006) no se hace absolutamente ninguna mención a la ocupación haitiana, como si eso fuera algo “ajeno” a la coyuntura nacional.

Me pregunto si un análisis de coyuntura de una organización anarquista norteamericana pudiera dejar de lado la ocupación de Irak para estar completo (y me pregunto qué caras pusieran los anarquistas criollos si tal cosa ocurriera). Ciertamente que no, y cualquier anarquista estaría de acuerdo en esto. Pero parece que en nuestro caso, resultara más conveniente o fácil ignorar nuestra participación directa como mediadores de una agresión imperialista -después de todo, seguimos creyendo que los países del Tercer Mundo parecieran sólo ser víctimas pasivas del imperialismo y por tanto la participacón de nuestros gobiernos en la ocupación debiera ser vista como un hecho menor.

Ese silencio ante el problema ayisien de la mayoría de los libertarios y esa “omisión” de una organización que, pese a todo, se ha posicionado frente al tema (aunque aún lo visualice como un problema aislado en medio del Caribe), no es una mera coincidencia: refleja, por una parte, una falta de comprensión de la coyuntura así como de la importancia que tuvo el hecho de la ocupación, y por otra parte, refleja una visión estancada, rancia e insuficiente del imperialismo, heredada de la época del frentepopulismo, en la cual los países del Tercer Mundo son entendidos como meras víctimas del imperialismo, y no como agentes activos de éste en una red sumamente compleja y dinámica de lealtades e imposiciones. Nuestros países no son meras víctimas del imperialismo, y éste no podría existir sin el consenso de las clases dirigentes: lo que muestra el caso haitiano, es que estas clases dirigentes tiene un rol que va mucho más allá de un pasivo consenso y adoptan posiciones activas en defensa de los intereses del Imperio, como mediadores, posición que en este caso ha traspasado las fronteras y ha adoptado un plano hemisférico.

Y es quizás a este nivel, al nivel de la comprensión de las nuevas formas que el imperialismo adopta en América Latina, donde yace la importancia fundamental de la cuestión haitiana para los anarquistas latinoamericanos –más allá incluso de nuestro sentido fundamental y humano de solidaridad con un pueblo golpeado salvajemente. No basta con simplemente mencionar a Ayití en nuestras declaraciones como un punto más que puede ser sacado o incorporado sin afectar su contenido en absoluto; no basta con manifestar nuestra solidaridad, aún cuando sea de la forma más sincera, frente a la crisis haitiana; lo que no hemos llegado a comprender del todo, es la real importancia que este nuevo paso del imperialismo en América Latina ha de tener para el conjunto de nuestra política. Ayití debe ser incorporado como un auténtico paradigma en nuestras categoría de análisis; Ayití debe ser comprendido como parte integral de nuestro análisis regional, para poder efectivamente captar su significado preciso y cómo refleja (y afecta) los balances de poder regionales y las tácticas de penetración imperialistas.
Si bien es fundamental llamar por el retiro inmediato de nuestras tropas; si bien es imprescindible seguir las tareas de solidaridad con la causa ayisien y tendiendo la mano abierta y generosa a nuestros hermanos; si bien es importante denunciar y dar a conocer el sufrimiento del pueblo ayisien, así como el costo que estamos pagando (vía nuestros impuestos) por esta agresión imperialista, es sumamente importante que le tomemos el real peso político a la intervención, para captar realmente hacia donde va el imperialismo en América y cómo está operando hoy en día. Pues, a fin de cuentas, la solidaridad con Ayití es indisociable de una lucha decidida y resuelta en contra del imperialismo en cada rincón de nuestra América Morena, partiendo por casa.

José Antonio Gutiérrez Danton


Agosto del 2006


(Publicado originalmente en la revista chilena "Hombre y Sociedad", Segunda Época, no.20, Fines del 2006)


Murales de OCL en Valparaíso solidarizando con la lucha del pueblo ayisien
Murales de OCL en Valparaíso solidarizando con la lucha del pueblo ayisien

1 comentario:

  1. Muy buenos post, saludos desde santiago de los caballeros en la región norte dominicana, nos encantaría entrar en contacto!

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